Vivir en otro país representa cosas lindas y cosas feas y te preguntarás si hiciste bien en tomar esta decisión antes de que te des cuenta. Es realmente increíble como nos podemos llegar a sentir tan solos cuando vivimos lejos de casa pero sobretodo cuando las cosas no van bien y vemos que no tenemos un solo hombro en el cual recaer…

Sin duda como siempre digo, irse del país dejando atrás todo lo que nos rodeaba no es una decisión que pueda tomar cualquiera, y si finalmente lo haces pero no todo sale como esperas, es ahí donde puedes estar seguro de que vivirás los peores momentos de tu vida. No solo porque la cosa se complicó sino porque cuando necesites llorar, hablar o simplemente recaer sobre un hombro conocido, no vas a poder porque no lo tendrás. Tu único recurso será tu teléfono y/o la posibilidad de sentarte en la ventana de tu casa y admirar la nada — si es que la tienes — .
En esos duros momentos cuando necesitas tan solo un abrazo y no lo tienes, es cuando empiezas a dudar y cuestionar si todo tu recorrido y decisiones valieron la pena. Comienzas a ver las cosas desde otro ángulo, a observar de cerca el lado negativo y a analizar las posibilidades que hubieses tenido sino hubieras tomado una u otra decisión. Pero, ¿cuál es el grado de acierto y error al que nos puede hacer llegar la mente?
Hace unos días me encontraba viviendo un momento un tanto difícil y empecé a cuestionarme todas las decisiones que había tomado las cuales me habían llevado al lugar donde estaba. Y ahí recordé las siguientes palabras: “tienes que agarrarte muy fuerte de aquellos motivos por los cuales estás donde estás”. Y es que sí, fueron esos motivos los que me trajeron a este presente y es normal que los comienzos sean difíciles. Para volver realidad nuestros sueños hay que pagar un precio y eso puede ser el tener que lidiar con la soledad, por ejemplo.
Sin saber si es coincidencia o suerte, cuando salgo de mi casa y camino unas cuadras estoy parada frente a la Torre Eiffel. Solo tengo que salir de mi edificio, llegar a la esquina y cruzar dos semáforos. Exactamente la mitad de la torre es que puedo ver entre árbol y árbol y ahí me quedo, observando, admirando y sintiendo esa paz inigualable que me genera ver ese monumento, el mismo que soñé por 17 años.
Vivir en otro país es toda un odisea que no se tiene clara cuando decidimos partir pero que claramente vale la pena y que no tiene comparación con ninguna otra experiencia de vida. Al final y aunque siempre se me complicó, siempre logre lo que quería y es lo que te pasará a ti si perseveras y no te das por vencida como la persona soñadora y luchadora que eres. Tarde o temprano, con lágrimas o sin ellas, lo nuestro llega, lo que queremos llega y sino, con el tiempo sabremos y agradeceremos porqué fue NO.

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