Una segunda oportunidad en silencio. Y obvio que iba a regresar. Esa oportunidad me la había ganado, me correspondía y nadie me la iba a quitar.
Como pueden imaginar, el haber sido regresada a casa no fue nada fácil. Pasé alrededor de 4-5 días en la cama, totalmente deprimida y sin fuerzas para siquiera poder pensar en que comer. Mi tío, con el que en ese entonces vivía, se encargaba de cocinarme, contenerme, traerme cosas ricas, de hacer todo lo posible para que yo reviviera. Por otro lado desde México, solo recibía mensajes de aliento, llamadas y un sin fin de motivos para que me volviera a lanzar. Por otro lado mi familia, solo quería que regresara a Uruguay. Como era costumbre, solo me escuché a mi y sin decirle a NADIE, volví a hacer mi maleta y me fui.

Por consiguiente dos semanas después, emprendía nuevamente viaje hacia México. Iba aterrada como nunca, con temblores incontenibles y con los nervios de punta pero eso si: la frente mas en alto que nunca. Tenía mas que claro que eso que iba a buscar me correspondía, me lo merecía y tenía todo el derecho a vivirlo. Nadie tenía el derecho a quitármelo, a dejarme sin nada después de todo lo que había recorrido. Al día siguiente, aterrizaba por segunda vez, en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez.
Llego al mostrador de migración y empieza el cuestionario: ¿Cuántos días viene?; ¿A qué viene?; ¿Dónde se va a hospedar? Tras esas tres preguntas, me indica que lo siga. Otra vez estaba yendo hacia la sala de interrogación. No les había alcanzado con violar todos mis derechos y devolverme, que además me habían implantado una alerta migratoria. Que odio sentí en aquel momento…
A diferencia de la vez anterior, esta vez fui interrogada por UN solo policía. Él, muy amablemente, me pidió que tomara asiento y que le contara porqué tenía una alerta, que era lo que había pasado. Estuvimos hablando unos 30 minutos, donde le conté con todo detalle lo que había sucedido. Él me confesó que son muchos los casos de prostitución que tienen y que cuando ven llegar a una mujer, joven y sola, su primer instinto es desconfiar de que vengan a realizar dicha actividad, lo que a mi entender es un concepto machista y discriminatorio más que una prevención. Sus palabras fueron: “cuando vemos niñas jóvenes y guapas, lo primero que pensamos es que vienen a prostituirse. Tengo colegas que son muy exigentes al respeto y al parecer, fue lo que te tocó. Pero yo no veo ningún problema en que entres al país. Espera abajo por favor.”
Me levanté, le agradecí y me fui. Una vez casi en la puerta de salida, sentí un fuerte “pum” y no tuve ninguna duda de que era el ruido que generaba el sello de entrada en mi pasaporte. Al instante un joven bajó, me devolvió los documentos y me dijo: “Bienvenida a México”. Mi cuerpo se adormeció, una sonrisa grande como nunca resurgió y solo pude decir: GRACIAS.
Recogí mi maleta y fui hasta Aduana. Allí me dijeron que oprimiera el botón: si salía verde pasaba y si salía rojo, debía abrir mi maleta. ¿Ustedes, qué color creen que me tocó? ¡El rojo, obviamente! –me río de recordarlo–. Nada grave. Abrí mi maleta y tras desarmarla por completo, me dejaron ir.
Pasadas unas horas de mi llegada, justo era el día de cumpleaños de mi madre y cuando la llamo para felicitarla y me pregunta si iré a festejar le respondo: no puedo, estoy en México! Imaginarán lo siguiente.. ja ja! Los meses comenzaron a transcurrir y yo no hacía más que aprender, conocer y recorrer ese hermoso país. Tiempo más tarde, adopté a Inna y a partir de allí, mi vida cambió para siempre.
No importa si fallas a la primera. Date siempre una segunda oportunidad, una tercera, cuarta y todas las que precises y hazlo en silencio. Es el mejor consejo que hoy te puedo dar.

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